lunes, 23 de febrero de 2009

Celebremos el Día de Andalucía - 3

José Antonio Lacomba, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Málaga, esbozó hace algunos años en una magnífica conferencia la visión que Blas Infante tenía sobre el principal problema andaluz, el campo. Aquí os reproduzco una parte de la misma que podéis encontrar completa en la red:
(...)"Así pues, preocupación primordial de Blas Infante y de los andalucistas es la situación del campo y de los campesinos andaluces. Las soluciones que, desde el principio, aportan provienen del georgismo: ruptura de la propiedad privada, distinguiendo entre propiedad y posesión, mediante el impuesto único sobre el valor social del suelo. Ello dará como resultado el crecimiento de la producción y de los salarios y el descenso de los precios, así como el nacimiento de una amplia clase media rural. Esta es la reforma agraria desde la óptica del programa andalucista.

La dramática realidad agraria andaluza arriba a sus más altas cotas de tensión en 1918-1920, el denominado “trienio bolchevique”. En ésta fase, 1919 es un año clave. Una serie de trabajos publicados en el diario madrileño El Sol, así como análisis aparecidos en otros periódicos, expondrán las causas del malestar campesino en Andalucía. Aportarán ejemplos sobre la concentración de la propiedad y sobre la permanencia de terrenos “incultos o insuficientemente cultivados”; ofrecerán datos sobre los salarios de hambre y las penosas, a veces inhumanas, condiciones de trabajo, cuando lo hay; mostrarán que el absentismo y el subarriendo son males que, desde muy lejanos tiempos, minan la economía agraria andaluza.
El ingeniero agrónomo Pascual Carrión, hombre estrechamente vinculado a Blas Infante y a los andalucistas, y uno de los redactores de su programa agrario, esboza en una serie de trabajos, aparecidos en 1919, un apretado panorama sobre las tierras incultas y la concentración de la propiedad en Andalucía.
En cuanto a las tierras incultas, sólo en Córdoba, Sevilla, Huelva y Cádiz, las provincias más ricas agrícolamente y las más afectadas por el problema social agrario, según sus estimaciones quedaban sin dar cosecha todos los años unas 600.000 Has., de las que 400.000 podrían utilizarse por ser buenas tierras. Los terrenos incultos en las otras cuatro provincias sumaban 1.700.000 Has., de las que eran susceptibles de cultivo unas 500.000. Aunque, de éstas, 100.000 se destinaran al barbecho, habría un total de 800.000 Has. cultivadas más que en el momento (1919). Sembradas de trigo, calcula Carrión que podrían proporcionar, a un promedio de 10 Qm./Ha., una cosecha de 8 millones de Qm., que, a 48 pts. por Qm., equivaldrían a 384 millones de pts. Anuales.
Panorama igualmente dramático ofrecía la concentración de la propiedad. En Sevilla, más de la mitad de la provincia estaba en poder de unos 900 propietarios, alguno de los cuales poseía de 25 a 30.000 Has. Uníase a ello que los toros de lidia ocupaban 49.000 Has., de las que unas 25.000 eran susceptibles de dar buenos frutos. Por contra, había unos 80.000 campesinos sin tierra. En Córdoba, un 60% de su superficie la ocupaban fincas mayores de 100 Has. y, entre ellas, las superiores a 500 Has. sumaban 394.000 Has., encontrándose todo este terreno en manos de 173 propietarios. En Cádiz, 69.000 campesinos no tenían tierra ninguna; en cambio, en Jerez, 19 terratenientes poseían más de 44.000 Has., y todo el término de Castellar de la Frontera, 17.000 Has., estaba en manos de un solo propietario.
Y concluye P. Carrión: “el panorama andaluz no es un problema de orden público, ni tampoco exclusivamente de paz social, sino que es un problema más hondo, es de reconquista de un pedazo de nuestro suelo que en su mayor parte se encuentra en poder de unos cuantos señores que dificultan su normal desarrollo e impiden, quizá inconscientemente, que alcance la prosperidad que por sus condiciones naturales le corresponde”.
Por su parte, Blas Infante, en este mismo 1919, en una serie de cuatro artículos publicados en El Sol, y desde una perspectiva histórica de Andalucía, ofrece su análisis de los males y remedios posibles para el campo andaluz. En su primer artículo, Infante reflexiona sobre la historia andaluza y la superficial visión que sobre la misma se tiene en España. Al abordar la cuestión agraria señala que, en el XIX, la desamortización y el caciquismo aumentaron la acumulación de tierras en pocas manos y convirtieron a los campesinos en jornaleros.
Esta realidad propiciará el estallido de intermitentes revueltas. Se alcanza así el XX, con jornales de miseria y “clamor constante (…) de trabajo y pan”.
Su segundo artículo se enfrenta con “el problema actual”, presentando un panorama de la situación campesina, con las tensiones propietarios-jornaleros y la equivocada política gubernamental, basada en la pura represión. El tercer artículo, cuyo texto se reproduce aquí, es un inventario de problemas del campo andaluz, a partir de la existencia de “feudos” y de la dicotomía señores-jornaleros.
El balance sucinto es que más del 70% de la población rural andaluza son campesinos sin tierra y, en contraste, hay una gran abundancia de tierras sin cultivar. Finalmente, en el cuarto artículo, se centra en la presencia de latifundios, el régimen de propiedad y los males del subarriendo. Resume en él los principales problemas del campo andaluz: la desequilibrada distribución de la propiedad de la tierra; sus efectos dramáticos sobre la agricultura y la vida social de Andalucía; el consiguiente paro y la situación desesperada de los jornaleros.

En suma, Blas Infante, desde una inicial reflexión histórica, se adentra en el proceso de acumulación de tierras en Andalucía en pocas manos y el desarrollo de una mayoritaria clase jornalera. Se conforma de esta manera la chirriante estructura del campo andaluz: despliegue de la gran propiedad y el latifundio; miserable situación de los jornaleros, con salarios de hambre, escasez de trabajo y abundante presencia del paro; implantación del caciquismo como mecanismo de control de la oligarquía sobre las tierras y los hombres de Andalucía. Colofón final, las espasmódicas agitaciones campesinas.
Éste es el cuadro inmisericorde del mundo agrario andaluz. Los problemas estructurales afloran con virulencia en las coyunturas críticas. No se trata, como ya apuntaba P. Carrión, de una “cuestión social”, sino de una “problemática agrícola”.
Expresado de otra manera: ésta segunda generaba la primera, conformando entre ambas lo que en la época se caracterizó como “la cuestión agraria andaluza”. Jornaleros, grandes propietarios y latifundios, sustentados por una sociedad oligárquica y caciquil, fueron las piezas sustanciales que configuraron, entonces y por mucho tiempo, el dramático entramado de la realidad agrícola en Andalucía.

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